Monday, July 12, 2010

Bella Vista.


En la calle no había nadie. Quizás porque era Domingo. Quizás porque se jugaba la final de la Copa Mundial. Quizás porque todos estaban en el cumpleaños del tío Franci. Ese que me cuidaba a mí cuando papá estaba trabajando. Ese que, según me cuentan, yo quería más que a papá. El barrio ha cambiado tanto. Recuerdo el día en el que me fuí de allí. Papá me llevaba en su auto. Yo me iba con Fernando, pero miraba para atrás. El auto subía la loma de Moine hacia Puerta 4. Yo miraba hacia atrás. Quedaba el recuerdo. Queda el recuerdo. Recuerdo que mamá no se había opuesto mucho a que nos fuéramos. De hecho, nos habíamos peleado con ella ese día.
El barrio ha cambiado tanto como yo. La casa del negro Oscar sigue tan destruida como en ese entonces. La casa del Turco tiene un coche en su patio. La casa de Mariana una moto en la vereda. La casa que era vecina nuestra ya no tiene flores rococó, no había aroma en el viento. Ya casi no tiene rejas. El portón de la casa de Moine está trabado con llave y candado ¡Cómo han cambiado las cosas! El kiosko de Graciela donde compraba los mejores stickers está cerrado. Y parece que hace mucho tiempo está cerrado. No respiro juventud ni infancia. Todo parece tan muerto. El colegio está cerrado (pero porque es Domingo) y yo decido mirar entre medio de su reja el interior. Está intacto, como mis recuerdos. Me puedo ver allí: Con Cintia y Silvina corriendo por la galería que daba al comedor o haciendo la fila con mis hermanos para entrar. Pero si hay salpicón de verduras no entramos. En la esquina la casa donde estaba el perro vaca: el perro más grande del mundo, comentaríamos siempre que pasábamos por allí. Ahora la casa está cayéndose a pedazos y en venta. A la vuelta, la casa de Florencia. La colorada. La pillona. Quisiera buscarte Florencia, y decirte que me arrepiento de decirte pillona durante todo el jardín y parte de la primaria ¿Por qué somos tan crueles de niños? Hay viento. Seguí caminando. Pasé por la casa de los mellizos Bustos y estaban festejando un cumpleaño con castillo inflable y todo. Me miraba raro la gente, pero yo seguí caminando como si nada me importara, más que seguir el viaje en el tiempo. Pasé por la puerta de la casa de Cintia. Seguí hasta la Iglesia San Pio X. Antes pasé por la casa de la curandera, la que me curaba el empacho a cambio de un paquete de arroz. Siento que ya no está. Recorrí solo tres cuadras y fueron raras. En mi memoria habían más cuadras entre la iglesia y la escuela. Y eran más largas. Allí estaba el campito de los Boy Scouts. Y a media cuadra Rosa Mística. Ya no hay velas ni flores para Rosa Mística, ya no hay fe quizás. Decidí seguir caminando hasta "Chubut 589". Sin querer me topé con la Salita. La de la Sociedad de Fomento. Esa que te daban vacunas re feas o que tenías que ir super temprano para que te atendieran. La cerrajería de Sordeaux está intacta, aunque el teléfono público de Telecom desapareció. En Chubut 589 ya no está nuestra casita de madera. Ni nuestros árboles con flores rosas. Ni el piano que no tenía teclado. Mucho menos la pileta que nunca enterramos. O Don Ricardo. De repente, una perrita me sigue. Temblaba ella. Asustada ella. Se asustaba de mis movimientos, pero aún así, estaba decidida a seguirme. La casa de Don Ricardo me dio pena. La tía Vilma cuidaba bien de esa casa. La última vez que la había visto estaba llena de flores. Flores de todos los colores. Ahora las paredes estaban despintadas y parecían caerse. En Chubut y Sordeaux ya no está el campito. Ni el caballo. Ahora hay una construcción que quién sabe de que servirá. Subí por Sordeaux, junté valor y le dije a la cachorra que se fuera. Me dolió eso. Doblé por una calle que tiene nombre de provincia. Busqué la casa de Ana. Ana, la paraguaya. Que tenía una hija que tenía una hija que tenía mi edad. La casa de Ana era un templo a la novela "El Jardín Secreto". Había decenas de plantas, flores y frutas. La hija de la hija de Ana era una nena de espíritu cálido con la que amábamos sacar las cajas de juguetes de su casa al jardín y desparramar todo para después odiar juntarlo. Las plantas no están más. No hay ningún árbol. Y nuevamente hay algo construyéndose. Algo duro, algo hecho de cemento. No hay plantas, ni juguetes. Y sentí dolor nuevamente. Decidí volver. Caminé por diferentes calles hasta llegar a la casa de Moine de nuevo. Me senté un segundo, y retomé viaje hasta Senador Morón por La Pampa. Allí estaba: el teléfono de los Viernes. El teléfono que usábamos cada Viernes con Cecilia y Fernando para llamar a papá. Cada Viernes a las 17:35. GRACIAS POR COMUNICARSE CON EL SERVICIO DE LLAMADA GRATUITA, SU LLAMADA ESTÁ SIENDO CURSADA.
Volví a la casa del tio Franci. Conté que había salido a recorrer el barrio. Los ojos se me llenaron de lágrimas cuando lo conté, pero nadie se dio cuenta. Mientras tanto, los recuerdos serán un hermoso lugar en mi mente. Nada mejor que recordar de donde venimos de vez en cuando para poder recordar quienes somos, aunque duela ver el presente y el paso del tiempo.

1 comment:

Somewhere over the rainbow ♥ said...

BELLA VISTA la mitad de mi infancia esta volcada allí, quien no habrá pasado por la salita? ESAS VACUNAS INOLVIDABLES- Me hizo tirar una lagrima esta entrada+ Buenos despertares señor (: